Calle de las Ánimas |


La viejecita chupa y chupa con sus labios rosa, el pobre anciano al arrimo de la lumbre y el cuidando la olla. El joven piensa en el sitio en que su abuelo duerme; de pronto el corazón le palpita y se levanta temblando cual si fuera la hora final de su existencia.

Lloró un momento, luego se arrodilla; suenan las ocho de la noche y reza: " Padre nuestro que estas en los cielos" y el anciano seguía: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo", los tres rezaron a una voz y a finalizar cantaron el "Alabado".

A la misma hora los pocos vecinos hacían igual cosa, la oscuridad de la calle imponía, las estrellas brillaban y un tecolote cantaba con todo pavoroso, pasa la hora, es llegado el momento de la cena y después se duermen arrimados y sueñan, cual niños en la aparición de las animas que volvían del panteón pidiendo sufragios.

Al día siguiente iban nuestros personajes por la mañana a practicar el rito del culto a sus antepasados, el que consistía en barrer las tumbas; costumbre general del pueblo, así como en otras ciudades; costumbre que vino olvidándose hasta borrarse aún en las tablas de los viejos que viven y que solo cuentan de memoria agregando a todo esto lo que se hacía el día de los muertos: la ceremonia que ellos llamaban "La Ofrenda" y que consistía en distintos comestibles, sin saltar la característica de los condonches, la calabaza y el camote con la miel de abejas. Y de acuerdo con el rito, si era el deudo niño, niña, joven o anciano, alegre, huraño, activo, si tenía familia, etc, etc, si era quien repartía la ofrenda mayor, al primero de los asistentes que caracterizaba al desaparecido.

Volviendo a los actores de la leyenda: pasados los años, se enfermó el joven, sus padres hacían esfuerzos mil para salvarlos de la muerte; pero la llama de la fiebre quemó sus venas y acabó con aquella vida en flor.

Sus padres, inconsolables por el sufrimiento que causará la desaparición de su hijo, pasaron a la otra vida, y cuentan los vecinos que entre todas las almas que volvían del panteón al punto de las ocho a su tarea de pedir oraciones y el barrido de sus tumbas, conocían entre todas. las que nuestros personajes que insistían con sus ruegos haciendo más pavorosa aquella oscuridad que llamaba al respeto que a esa hora debía guardarse.

Así era al toque de ánimas que decían llamaba a la idea de la muerte y excitaba al amor a la vida y a bajar los ojos hacia el puño de cenizas de los muertos, pensar en un miserable sepulcro y cincelarse un relicario.

Esta es la calle de las ánimas, hoy Gómez Farías, por donde regresaban lentamente en marcha fúnebre aquellos cuerpos de ojos ausentes de sus órbitas vacías, de manos huesosas y pies ya enjutos, llenando de pavor a todos los vivientes de aquellas calles y dejando el recuerdo que le dio su nombre.

Archivo Histórico Municipal de Aguascalientes