Cerro del Muerto |


No es la tradición, sino la leyenda, la que nos cuenta que, una vez establecidos los chichimecas, los chalcas, los nahuatlacas y tres sacerdotes de estatura imponente, fornidos y de aspecto majestuoso, cierto día, cuando el sol ya terminaba su jornada, a uno de aquellos sacerdotes se le ocurrió bañarse en el charco de agua caliente de La Cantera. Se lanzó al agua... y desapareció.

Se dice también que ese charco fue “sembrado” por tribus anteriores, que de paso llegaron al lugar donde hoy se encuentra. Aquellos hombres, según la leyenda, podían sembrar el agua donde quisieran: cavaban un hoyo, vertían agua de sus guajes, añadían medio almud de sal, lo tapaban, y al cabo de tres años surgía de allí un manantial abundante.

Los indios que acompañaban al sacerdote, desesperados por su desaparición, creyeron que había sido arrebatado por los chalcas y corrieron de inmediato a dar aviso a sus compañeros.

A consecuencia de aquel hecho, al día siguiente comenzó una guerra entre ambas tribus. Los chalcas se dispusieron a repeler el ataque y, en medio del fragor de la batalla, cuando la lucha era más sangrienta, apareció al frente el sacerdote desaparecido. Pero una flecha lo atravesó, y en su huida fue dejando tal rastro de sangre que, según se dice, la tierra aún conserva ese tono rojizo. Allí cayó muerto, sepultando con su cuerpo al pueblo chichimeca que le seguía, y con su cadáver formó el cerro que hoy conocemos como el Cerro del Muerto, visible al poniente de la ciudad.

Cuentan que a ese pueblo, enterrado junto con el cuerpo del gigante sacerdote, se llega por un gran túnel misterioso. Los socavones, ramificados bajo toda la población —hoy Aguascalientes—, han causado asombro entre los arqueólogos.

Refiere La Historia de don Agustín González que, por la incuria de los gobernantes, no se ha realizado una exploración seria de tan sorprendente arquería, y que ahora sería difícil emprenderla debido al deterioro de sus estructuras. Sin embargo, abundan los testimonios de otras posibles entradas que confirmarían la existencia de ese campo subterráneo, perforado por la mano del hombre.

Las hablillas populares cuentan que, en esa ciudad sepultada bajo el cuerpo del gigante, aún existen hombres de ojos luminosos y fantasmas de una raza extinta.

Se dice que allá por el año de 1884, la casa que hoy pertenece a la honorable familia Macías Peña —en la esquina de las calles Carrillo Puerto y Democracia— era entonces una tiendita atendida por el señor Brígido Villalobos. Una noche se escuchó un fuerte estruendo en la pequeñísima trastienda. Por suerte, en ese momento se encontraban de visita tres personas: don Antonio, el Cura y Marcos Hernández. El ruido despertó su curiosidad, y al asomarse vieron que el piso de la pieza se había hundido por completo. Intentaron bajar, pero les fue imposible por el polvo, así que salieron apresurados a la calle.

Al día siguiente, ya provistos de sogas, palas y velas, descendieron al socavón con el propósito de rescatar los muebles de don Brígido. Pero en lugar de ellos, descubrieron un gran arco subterráneo. Decidieron avanzar por aquel túnel en dirección al Jardín de San Marcos y, según contaron después, calcularon haber llegado hasta la puerta Oriente. Allí encontraron una enorme armazón llena de piezas de género de colores muy vivos, que al tocarlas se deshicieron en polvo.

Avanzaron unos pasos más y vieron una momia sentada, recargada en la pared. Asustados y ya sin aire, se dieron media vuelta y salieron corriendo a la superficie.

No se supo más de aquel suceso.

Se dice que existen muchas otras entradas, y hay quienes lo aseguran con plena convicción.

Archivo Histórico Municipal de Aguascalientes.