En el barrio de San Marcos,
ahí frente al jardín,
vivían tres señoritas
de edad y mucho postín.
A medio real y peseta,
se vendían todos los panes.
Sólo cobraban en plata,
para engordar su tesoro.
En la calle de Hebe vivieron,
hace muchos muchos años.
Santoyo se apellidaban,
mujeres de finas manos.
Lucían sarcillo y collares
de reales y pesetas,
de plata adornada traían
sus primorosas peinetas.
Tenían una huerta grande,
con fruta de la estación.
Higos, granadas y peras
eran toda su atracción.
Murieron las señoritas,
después de una larga vida.
Una por una a la muerte,
no ganaron la partida.
Hacían un pan delicioso,
que perfumaba el jardín.
Lo vendían por esas calles,
para darse un festín.
Hacían un pan delicioso,
que perfumaba el jardín.
Lo vendían por esas calles,
para darse un festín.
Buenas para hacer centavos,
que Las Platas les decían.
Poco a poco los ganaron,
la huerta era su alcancía.
Ya quedó la casa sola,
sin ninguna ocupación,
porque vino otra familia,
a ocupar la habitación.
Las cremas de fiambre estaban,
para chuparse los dedos,
delicias de los marchantes,
eran panes de los buenos.
Entonces pudieron ver,
a Las Platas muy ufanas,
contando su dinerito,
debajo de unas granadas.
De manteca y de canela,
eran grandes las cemitas
se deshacían en la boca,
como si fueran benditas.
Hacían un pan delicioso,
que perfumaba el jardín.
Lo vendían por esas calles,
para darse un festín.
Hacían un pan delicioso,
que perfumaba el jardín.
Lo vendían por esas calles,
para darse un festín.
Autor: Prof. Alfonso Montañez