Situada a 16 kilómetros al norte de la ciudad de Calvillo, podríamos considerar a esta población como el punto donde termina —o donde inicia, según se observe y de donde provenga— la majestuosa Sierra Fría, una de las regiones naturales más bellas del estado.
El centro o núcleo de la actual comunidad es el casco de la exhacienda de San Diego de la Labor, un lugar que conserva aún el aire señorial de su pasado.
Durante el siglo XVII perteneció a las religiosas del convento de Santa María de Gracia de Guadalajara, y posteriormente fue adquirida por el acaudalado minero zacatecano Matías López de Carrasquilla, personaje de gran influencia en su tiempo.
En 1702 fue comprada por el general Pedro de la Puebla Rubín de Celis, español peninsular y miembro de una familia distinguida de origen noble.
Para el siglo XVIII, la hacienda figuraba ya como una de las más importantes de la región, y para fines de este mismo siglo dominaba la porción noroccidental del Partido de Huejúcar (hoy Calvillo), con una superficie de 15 sitios de ganado mayor, lo que da idea de su grandeza y poder económico.
La hacienda de San Diego de la Labor tenía una gran extensión y era de las más modernas de su época. Constantemente se le hacían mejoras materiales, tales como la construcción de una pequeña represa que beneficiaba a las sementeras, garantizando el riego y la productividad agrícola.
Durante el siglo XIX era altamente productiva, una de las más boyantes del estado, y por su extensión, sus constantes mejoras, por la pingüe ganancia que redituaba, y por su valor, era comparable con cualquier gran hacienda del Valle de Aguascalientes.
Hacia 1837 su propietario era Pedro Oviedo, quien la adquirió en 1828. Contaba con 610 habitantes y tenía ya una extensión de 32 mil hectáreas, lo que nos habla de su enorme importancia y de la gran cantidad de personas que dependían de su economía.
Hacia 1857 fue fraccionada entre los herederos y acreedores de Oviedo. La extensión de la hacienda se redujo casi a la tercera parte, ya que los herederos conservaron el casco y los sitios anexos, sumando un total de 12,800 hectáreas.
Durante el porfiriato, la hacienda perteneció a los hermanos Carlos y Luis Salas López. Este último hipotecó la finca en 1894; para 1906 contaba aún con 12 mil hectáreas y la habitaban cerca de 1,300 personas, entre trabajadores, familias y encargados de las labores agrícolas y ganaderas.
Esta hacienda fue tomada por asalto en diversas ocasiones y por distintos grupos revolucionarios durante los años de la lucha armada. Sin embargo, siempre entraron pacíficamente, pues aunque iban en busca de caballos y dinero, la población y los hacendados nunca opusieron resistencia, lo que evitó derramamientos de sangre.
En los años posteriores a la Revolución, la hacienda de San Diego de la Labor se vio afectada por la reforma agraria, que transformó de manera definitiva su estructura y su modo de vida.
Hoy en día, la comunidad conserva el recuerdo de aquellos tiempos de esplendor, con muros que aún guardan el eco de la historia y un paisaje que sigue hablando de trabajo, fe y tradición.